Se me erizó todo el vello del cuerpo. Sergio se entregó a hacerme una mamada cojonuda


Hacía tres días de nuestro encuentro en los baños de La Muesca Alemana y no había vuelto a ver a Sergio, pero no me quitaba de la cabeza su promesa de que me dejaría comerme toda su leche con más tiempo. Claro que con su habituales cambios de humor con respecto a lo nuestro, a saber si mantendría su palabra.
Como eran las seis de la tarde de un sábado y estábamos aburridos en casa, propuse a Marcos que llamara a Marta y Sergio a ver si querían venirse a ver una peli o a jugar un monopoli. Marcos llamó a Sergio al móvil y estuvieron hablando cosa de cinco minutos. Yo me puse muy nervioso, porque por las respuestas que daba Marcos no lograba identificar de qué coño estaban hablando. Hubo un momento durante su conversación en que Marcos me lanzó una extraña mirada y yo me cagué vivo. Me imaginé que Sergio, arrepentido,

Le iba explicando cómo me había aprovechado de sus carencias sexuales con Marta para excitarlo en dos ocasiones

y que él, pobrecito, se había dejado hacer indefenso, sin pensar en el daño que aquello podía infligir a nuestras respectivas parejas.
Cuando Marcos dejó el móvil sobre la mesa su rostro era inescrutable.
—Muy interesante —dijo, sin quitarme los ojos de encima.
—¿Van a venir? —Me hice yo el loco.
—Sergio me ha dicho que el miércoles fuiste con ellos a La Muesca. No me dijiste nada.
—Bueno… Quería esperar…
—Pues ya me ha dicho lo que me compraste, así que no hace falta que esperes más —y una sonrisa le iluminó los labios.
Corrí a la habitación, abrí el armario, rebusqué entre las mantas de invierno y saqué su regalo, mientras trataba de calmar mi pulso. Pero la culpa había sido mía por pedir a Marcos que llamara él. A quién se le ocurre.
Mientras Marcos le arrancaba el papel a su regalo, yo le pregunté si habíamos quedado con ellos.
—Sergio dice que les apetece más ir al cine. Hemos quedado en el Ociplús a las siete. Vete duchando, que no llegamos.
A las siete en punto aparcábamos el coche al lado del de Marta, en el amplio aparcamiento del centro de entretenimiento.

Marta y Sergio nos esperaban besándose en el coche

—A veces me pregunto cómo pueden mantener esa llama tantos años —comentó Marcos.
—Yo tampoco me lo explico —dije, sintiendo un retortijón en las tripas a causa de los celos.
—Tú y yo ya casi nunca nos besamos —dejó caer Marcos.
—Quizá no en todas partes, como ellos, pero no te quejarás de la cantidad de polvos que hemos pegado esta semana.
—Eso es verdad. Hace unos días que vas más caliente que una estufa. Ya me dirás qué te estás tomando.
Nos callamos porque Sergio y Marta ya se habían percatado de nuestra presencia y salían del coche, azorados.
Sergio estuvo, de camino a la entrada del multicine, más efusivo con Marcos que conmigo y yo mantuve una intrascendente conversación con Marta que estaba más guapa y radiante que nunca. Compramos las entradas para una de miedo, el pase de las ocho. Marcos insistió en pagarlas él porque el lunes era su cumpleaños. Sé que era una manera como cualquier otra de recordarles a Sergio y Marta que tenían que regalarle algo. Luego nos metimos en uno de los cuarenta bares del complejo a tomar algo hasta que se hiciera la hora de la peli.
Ya estábamos instalados en una mesa con dos cervezas y dos cubatas cuando Sergio anunció que se había dejado la cartera en el coche.

—¿Alguien me acompaña? —Preguntó, mirándome descaradamente.

Marta, sin mirarlo, entendió que se lo pedía a ella pero se negó rotundamente, con la excusa de que le dolían los pies con los taconazos que se había puesto.
Así que me levanté y seguí a Sergio mientras mi marido bromeaba:
—Ten cuidado, nene, que Luis está más salido que la proa del Potemkin.
Ya en la calle Sergio me dijo, pasando el brazo por mis hombros y acercándose mucho:

—Te he echado de menos.

—¿En serio?
—¿Lo dudabas?
—Pues… un poco.
Caminamos así cogidos hasta el aparcamiento. Me hubiera gustado que estuviera vacío pero eran bastantes los coches que llegaban y se iban y unas cuantas las familias y parejitas que caminaban por entre las calles que formaban todos aquellos automóviles, en dirección a sus vehículos o al centro de ocio.
Fuimos hasta los coches y Sergio dijo, sonriendo:
—Vaya, Marta tiene las llaves. Más tiempo para nosotros.
—Pero habrá que ir a pedírselas. Si viene ella…

Sergio me puso contra la puerta del coche y pegó su cuerpo al mío, quedando su polla contra la mía

sin importarle que alguien pudiera fijarse en nosotros. Entonces me besó. Me metió la lengua entre los labios y me dio un morreo de campeonato, mientras movía un poco las caderas para hacerme notar una erección que empezaba a crecer desmesuradamente. Me entregué a aquel morreo al aire libre sin creerme que aquello estuviera sucediendo de verdad. Busqué sus tetillas para apretárselas y de pronto se separó de mí.
—Brrrrrr, cómo me estás poniendo.
Yo pensé que no estaba haciendo nada del otro mundo pero no dije nada.
—Vamos a por las llaves —dijo,

Recolocándose el miembro en una posición más cómoda.

La verdad es que los pantalones le quedaban de fábula y le hacían un paquetón impresionante. Mientras lo contemplaba, la realidad de lo que estaba ocurriendo atravesó por fin mi coraza y comprendí que lo que siempre había soñado se estaba haciendo realidad. Sergio estaba empezando a entregarse a mí, con una naturalidad que jamás hubiera esperado y mientras nos encaminábamos de nuevo hacia el bar le magreé el trasero a placer mientras él me comía la oreja.
A unos metros de la puerta del local nos separamos y Sergio me pidió que entrara yo a por las llaves, que a él se le notaba demasiado que la tenía tiesa. Yo me saqué la camiseta de los pantalones porque iba como él, y traté de cubrirme un poco la erección.
Dentro, en la mesa que habíamos escogido, sólo encontré a Marcos, mi marido.
—¿Y Marta? —Pregunté, preocupado.
—En el baño.
—Ah.
—¿Y Sergio? —Preguntó.
—En el coche. Que Marta tiene las llaves, he venido a por ellas.
—¿Has venido corriendo?
—¿Cómo?
—Que pareces acalorado.
—Bueno, sí. Me he pegado una carrera.
Marta regresó entonces del baño y cuando me vio empezó a rebuscar en el bolso.
—Las llaves, ¿no? —Dijo, sacándolas del bolso y lanzándomelas. —Daos prisa que las cervezas se os calientan.

Salí corriendo del local y Sergio me plantó otros dos besos en los labios

allí mismo, a escasos cinco metros del bar donde nos esperaban su mujer y mi marido y con el centro de ocio totalmente atestado de gente.
Después nos encaminamos de nuevo hacia el aparcamiento, nos metimos en el coche de Marta y durante cinco fabulosos minutos nos comimos las bocas mientras las manos recorrían nuestros cuerpos con una calentura apabullante.
—Tenemos que volver —dije en determinado momento, cuando Sergio se dedicaba a bajarme la cremallera del pantalón dispuesto a liberarme la polla.
—Posiblemente tengas razón —dijo, sacándomela y dejándome totalmente anonadado cuando se agachó y se la metió en la boca.

Se me erizó todo el vello del cuerpo. Sergio se entregó a hacerme una mamada cojonuda

realmente espectacular para ser heterosexual y no tener ninguna experiencia con tíos. Disfruté de aquella mamada increíble durante menos de un minuto, tras el cual Sergio decidió que era mejor parar y volver al bar, pero no recuerdo haber estado más caliente en toda mi vida, viendo sin creerlo cómo Sergio se deleitaba tragándose mi verga con un apetito insaciable. Jamás me lo hubiera imaginado. Aquello superaba todas mis expectativas.

Me guardé la polla mientras el tío no paraba de acariciarme

y de camino de vuelta al bar me percaté de que Sergio estaba desatado y de que si no se controlaba, nos iba a meter en un buen follón.
Cuando por fin nos sentamos, Marcos y Marta conversaban animadamente sobre sus respectivos trabajos y no nos hicieron mucho caso. Sergio empezó a toquetear su móvil y al cabo de poco recibí un mensaje. Me maldije por no llevar el mío en vibración. Marcos me lanzó una mirada de interés sin interrumpir su conversación con Marta.
Yo abrí el mensaje. Decía así:

“Me muero por tener un rato a solas contigo. Quiero comerte la polla hasta que me llenes la boca de leche. Quiero hacerte de todo y que me lo hagas tú a mí. Estoy que exploto.”

Borré inmediatamente el mensaje incriminatorio y le lancé una mirada furibunda.
—¿Quién era? —Me preguntó Marcos, volviendo a clavarme la suya.
—Los pesaos de movister. Una promoción de ese-eme-eses.
Intenté centrarme, a partir de entonces, en la conversación que mantenían Marta y Marcos, pero fui incapaz. Sergio no dejaba de mirarme de una forma voraz que me parecía imposible que siguiera pasando desapercibida mucho tiempo más.
Así, demasiado despacio, llegó la hora de enfilar para el cine. Marcos sacó la cartera para pagar también las consumiciones del bar pero Marta le puso una mano encima.
—Que pague Sergio, que siempre se escaquea.
Sergio se llevó la mano al bolsillo trasero y descubrió que no había cogido la cartera del coche.
—Tendrá que pagar otro —dijo, tan campante.
—¿Has ido expresamente a por la cartera y te has vuelto sin ella? —Preguntó Marta, incrédula.
—Nos hemos puesto a charlar y me he olvidado de cogerla —se disculpó Sergio.
Marcos nos miró a uno y al otro alternativamente, con los labios apretados. Pensé en decir cualquier cosa para desviar la atención pero comprendí que cualquier cosa que saliera por mi boca podría ser utilizada en mi contra.

—En realidad me he puesto a hacerle una mamada a Luis y estaba tan ocupado en tragarme toda su lefa que se me ha ido el santo al cielo —explicó Sergio.

Aquello bastó para acabar con la situación comprometida. Marcos musitó un “más quisieras” y Marta le dio un puñetazo en el hombro a su marido por decir guarradas y sacó el monedero del bolso para pagar ella.
Cuando salimos del bar me temblaban las piernas. Marcos me cogió del brazo y me dijo que me quería, y que lo besara. Creo que intentaba convencerse de que por un momento había dudado en balde. Lo besé, con un bochornoso sentimiento de culpabilidad a flor de piel, y comprobé que Sergio nos miraba con cierto desdén y aceleraba el paso.

¿Era posible que Sergio estuviera celoso de Marcos, como yo lo estaba de Marta?

¿Se estaría enamorando también de mí? Me parecía demasiado increíble para ser cierto.
Durante todo el camino, Marcos no me dejó ni a sol ni a sombra y cuando nos sentamos en el cine a oscuras, procuró ponerse entre Sergio y yo.
Me di cuenta de que Marcos se lo estaba oliendo. A partir de entonces tendría que ir con muchísimo cuidado. En la pantalla apareció uno de esos anuncios sin gracia para que apagáramos nuestros teléfonos móviles, y justo cuando iba a apagar el mío me llegó otro escandaloso mensaje. Apagué el móvil sin leerlo, consciente de que Marcos estaba pendiente de cada uno de mis movimientos.
La película, malísima, con muchos sustos idiotas y el mismo guión de siempre, acabó con más pena que gloria.

Marcos me había estado acariciando el brazo, tomándome la mano o dándome besos durante todo el metraje

y yo decidí durante aquella hora y cuarenta minutos que mi historia con Sergio se había acabado en aquel instante, aquella misma noche, para siempre. No podía hacerle aquello a Marcos. Lo quería. Sergio tendría que entenderlo.
Al salir del cine fuimos todos al baño. Marcos, con buen criterio, no me dejó a solas con Sergio ni un momento. Mientras ellos orinaban comentando lo mala que había sido la película yo me metí en un retrete, cerré la puerta, encendí el móvil, le quité la voz por si acaso, y busqué en la bandeja de entrada el último mensaje recibido. Como sospechaba, volvía a ser de Sergio. Parecía que no le importara una mierda que Marta sospechara. Seguro que lo había visto escribir el mensajito que a los tres segundos llegaba a mi móvil. Quizá es que él la conocía mejor que yo y sabía que ella lo tomaría por una payasada de las suyas. Leí el mensaje:
“Esta noche estaré en el parque que hay a dos manzanas de mi casa a las dos y media. A veces no puedo dormir y me voy a pasear al perro de madrugada. No me falles.”
Borré el mensaje. Me había quedado grabado a fuego en la mente.

Cuando llegamos a casa, Marcos me arrancó la ropa y follamos como dos animales en la cocina.

Primero me penetró contra el frigorífico hasta correrse con unos gritos que seguro dejaron asustados a los vecinos, y luego me lo follé yo sobre la mesa, embistiéndolo con todas mis fuerzas mientras intentaba borrar de mi cabeza la proposición de Sergio.
Después cenamos y vimos una película que nos habíamos bajado que resultó ser muchísimo mejor que la del cine. Nos fuimos a dormir sobre la una y media.
A las dos, Marcos dormía ya como un lirón y yo no conseguía pegar ojo. Me imaginaba a Sergio saliendo de su casa, cruzando aquellas dos manzanas y entrando en el parque, sentándose a esperarme en un banco. Me puse caliente como una perra.
Si quería llegar a tiempo sin coger el coche tendría que ir saliendo a la de ya.

Me puse unos pantalones de chándal sin nada debajo y una camiseta holgada.

Me calcé las deportivas y salí de la habitación escuchando atentamente la calmada respiración de Marcos, por si se producía algún cambio. Pero Marcos no se despertó. Cerré la puerta de la habitación sigilosamente, cogí mis llaves y me dirigí a la puerta de nuestro piso que afortunadamente quedaba al otro extremo de un largo pasillo. Salí, procurando no hacer ningún ruido, y cerré despacio. Llamé al ascensor y esperé, intranquilo. Me sentía como si volviera a tener quince años, cuando

me iba con los prismáticos a la playa en plena noche a ver si descubría a alguna pareja follando cerca de una farola

y me dedicaba a hacerme unos fantásticos pajotes, encontrara parejas fornicando o no.
Una vez en la calle eché a correr, incapaz de hacer el recorrido caminando tranquilamente. Miles de pensamientos asaltaban mi mente pero ninguno era decirle a Sergio que termináramos con aquella historia. Me sentía más vivo que nunca. Deseaba llegar al parque y entregarme a la lujuria, tocar el cielo con el hombre al que había amado toda mi vida.
Y eso es lo que hice.

Este fragmento pertenece a uno de los relatos eróticos gay que puedes encontrar en el libro Que no te vea pasar hambre.
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