Polvazo en el supermercado


Y entonces apareció Juancho y me rompió todos los esquemas.
Empecé a olerme que podía estar interesado en mí al cruzármelo por cinco pasillos distintos. Llevaba una de esas cestas verdes pero por muchos pasillos que visitara no echaba ningún producto en la cesta. Y estaba demasiado bueno como para pasarme desapercibido, con una camisa a cuadros tipo leñador que dejaba a la vista unos brazacos increíbles, piel bronceada, pelo castaño, ojos azules y una media sonrisa permanente con hoyuelo incluido. Era un imponente ejemplar de macho. Un tiarro. Y parecía interesado en cruzarse conmigo. Ya nos habíamos mirado no sé cuántas veces y decidí que a la siguiente le diría algo, lo que fuera. Pero ya no nos cruzamos más.
Temiendo que por fin hubiera echado unas morcillas, o unos pepinos, o una gorda sobrasada o cualquier otra cosa de aspecto fálico en la cesta y estuviera ya en la línea de cajas con intención de abandonar en breve el supermercado, corrí a buscarlo. Y lo encontré delante de los sacos de tres kilos de patatas (llenas de tierra) haciendo ver que le costaba decidirse por un saco en particular.

Esta noche cena Juancho

Se había percatado de mi presencia. No me cupo ninguna duda cuando se arrimó a las cajas que hacían las veces de estantes y, presuntamente para llegar a uno de los sacos más alejados de sus manos, colocó el paquetón encima del borde. El vaquero, ceñido, le hacía un bultaco de lo más apetecible, y que lo mantuviera ahí, sobre el borde de la caja, como para exponerlo sólo para mí (y para cualquiera que pasara por ahí) me dio un calentón que pa qué.
Lo seguí después por todo el supermercado. El tío no paraba de restregar paquete por donde podía y yo no me perdía detalle. En ningún momento se tocó la zona con las manos pero las miradas que me lanzaba y el tamaño de su bulto, que iba creciendo a cada parada y cada restregón con estantería o nevera, me indicaban que quería tema.
Al final llegó a la línea de cajas con un paquete de chicles y un empalme más que notable. Me puse en su misma caja. La cajera le cobró los chicles. Luego empezó a pasar mis cosas por el lector. Juancho (aunque yo aún no sabía su nombre) esperó sin moverse a que la cajera metiera mi compra en las bolsas y yo pagara. Yo sonreía.

Había ligado en el súper. Es algo que nunca antes me había pasado.

El supermercado estaba a diez metros de mi casa pero me metí en el ascensor con aquel tío bueno como si me esperara mi coche en el parking. Una vez abajo fuimos directos al baño.
Estaba vacío, tanto la parte de los urinarios como el cuartito del water, que es donde nos metimos, aprovechando que tiene una puerta de verdad y tendríamos intimidad absoluta.
Dejé las bolsas en un rincón, aunque no había mucho espacio, y al darme la vuelta me encontré con el cuerpo del tiarro. Sus brazos me rodearon, me envolvieron, y yo me derretí. Busqué el contacto de cada centímetro de mi piel con su cuerpo. Era bastante más alto que yo. Así, abrazados, mi cabeza quedaba por debajo de su barbilla. Era cómodo, me sentía como cuanto de crío abrazaba a mi tío Leo. Sólo que mi tío Leo nunca había añadido a la ecuación erección alguna.
Encima descubrí que Juancho tenía un olor corporal que me fascinaba,

Una mezcla a colonia y sudor que despertó todos mis instintos sexuales.

No sé el tiempo que estuvimos aferrados, restregando nuestros cuerpos, nuestros paquetes. Tampoco sé cuándo exactamente Juancho empezó a hablar, pero lo cierto es que una vez que lo hizo, ya no paró.
—No sabes las ganas que te tenía. Llevaba días esperando esto. Tienes algo que me provoca una reacción inmediata. Toca —me llevó la mano a su entrepierna. —¿Ves cómo me pones? Soy de trempera fácil, pero esto no tiene nombre. Me he pasado los días empalmado, pensando en ti, imaginando el momento en que te abordaría. ¿Te gusta mamar?

Se le hace agua la canoa

Afirmé con la cabeza, intentando recordar si había visto antes a aquel macho. Por lo que decía, él ya me había echado el ojo a mí hacía días. A no ser que fuera un psicópata o tuviera aquel rollo memorizado y se lo soltara a todas sus conquistas.
—Siéntate —bajó la tapa del retrete por mí. —Vas a ver qué polla gasto. Se te va a hacer la boca agua. —Hablaba en susurros. Por lo general, que los tíos a los que se la voy a chupar tengan incontinencia verbal me corta un poco el rollo. Pero en éste me estaba gustando.
Me senté y miré como se abría los pantalones mientras le escuchaba cantar las alabanzas de su verga.
—Te va a encantar, ya verás. Tengo un rabo espectacular. Andrés enloquecía cuando me la mamaba. Andrés fue mi último novio. También es mi compañero. Ahora está con una tía pero a veces todavía me la mama en los baños de la comisaría. Por los viejos tiempos.
En este punto ya se había sacado la polla.

No había exagerado nada, era una preciosidad de verga.

Se me hizo la boca agua. Supongo que también contribuía a mi excitación el hecho de que una de mis fantasías fuera liarme con un policía.
Le bajé los pantalones hasta los tobillos. Le cogí la polla, le sopesé los huevos con la otra mano. Tenía unos cojones cojonudos.
—Abre la boca. —Recogió una gota de líquido preseminal de su glande con el dedo índice y me lo pasó por el labio inferior. Lo miré a los ojos y le chupé el dedo con lascivia.
—Uff. Qué boca. Vamos. Hazme un mamadón.
Empujó las caderas hacia mí

Plantándome el cipote bajo la nariz.

No me hice de rogar. Me metí aquella verga grande, dura, caliente y palpitante entre los labios y me supo a gloria bendita.
Mientras se la empezaba a mamar, él me acariciaba el pelo, la cara, bajaba las manos por mi espalda… Parecía un tío cariñoso.
—Te gusta, ¿eh? ¿A que tengo un buen rabo?
Me hacía gracia que un poli tan bien formado y dotado necesitara que le reafirmara su valía cada dos por tres, pero no me costaba nada afirmar con la cabeza cuando me preguntaba, dado que realmente era un buen vergajo el que se gastaba y yo estaba disfrutando de lo lindo.

Al cabo de un rato de mamar verga alguien entró en el baño.

Juancho me sacó el manubrio de la boca, sujetó la manilla (la puerta no tenía pestillo) y pegó la oreja a la puerta. Yo aproveché la pausa para ponerme de pie y bajarme los pantalones. Mi polla requería también algo de atención. Cuando lo hube hecho, me arrodillé en el suelo (me resulta más cómodo mamar de rodillas que sentado en un water) y volví a amorrarme a su tranca mientras él seguía escuchando.
—Está meando —dijo en voz baja.
—Que le aproveche —dije yo, preguntándome si el poli me había salido tímido o qué.
Él siguió sujetando firmemente el picaporte, no fuera a abrir la puerta de golpe el intruso, pero volvió poco a poco a meterse en faena.
Mientras no se perdía detalle de las

Evoluciones de mi boca sobre su falo

se desabotonó la camisa de leñador y empezó a tocarse el pecho. Yo me pajeaba despacio mientras saboreaba aquel pedazo rabo, aquel manjar de dioses.
Con la mano libre le cogía la polla por la base mientras engullía rabo o le palpaba los cojones. En algún momento Juancho dejó de preocuparse por los hombres que entraban a mear y empezó a guiarme la cabeza sobre su mástil.
—Oh, Dios —decía. —Qué boca tienes, cabrón. Qué gusto. Qué buena mamada. Qué buena…
Y yo me aplicaba más, si cabe.
Cuando vio que yo empezaba a perder el control, que aceleraba mi pajote y la mamada, me retiró el caramelo.
—No puedes correrte todavía. —Me gustó que fuera una orden, no un ruego. —Quiero darte por el culo. ¿Te gusta que te den por el culo?
—Aunque no me gustara, me dejaría follar por ti igual —contesté.
Aquello le gustó. Y creo que supo que lo decía bien en serio. Aquel poli era adorable. Me tocaba de una forma que me bajaba todas las defensas.
Vi que había aparecido un condón en su mano derecha. Debía llevarlo en el bolsillo de la camisa. Poli preparado. Claro que si llevaba días observándome es lógico que viniera preparado para la ocasión. Le puse yo el condón y luego me puse en pie y

Apoyé las manos en las frías baldosas de la pared, ofreciéndole mi culo.

Él se arrodilló con intención de lamerme el agujero pero le pedí que me follara directamente. Estaba preparado. Me llené los dedos de saliva y me la esparcí por el ano. Él se pegó a mi espalda, me besó el cuello, lo cual me puso todo el vello del cuerpo de punta, y arrimó su estaca a las cachas de mi trasero. Fue fabuloso sentir su vara contra mi piel. En un principio no me penetraba, sólo me aplastaba con su cuerpo contra la pared, lo cual me hacía sentir en el cielo, y me llenaba toda la raja del culo de polla dura. Me besaba el cuello, la oreja, y me hacía temblar entero.
Pero luego, poco a poco, dejó de restregarme la verga y empezó a buscar la entrada, y yo

Apreté el ojete contra la cabeza de su miembro

para facilitarle el acceso, y pronto estuvo bien dentro. Mi tiarro la mantuvo quieta en lo más profundo de mi ser, para que me acostumbrara a su tamaño, pero yo quería que me follara vivo, ya me acostumbraría por el camino. Empujé hacia atrás las caderas para sentirla más dentro y Juancho empezó a moverse dentro de mí en vista de que la recibía entera sin una sola queja. Mientras recibía sus pollazos, cada vez más duro, y Juancho me mantenía fuertemente enganchado, me puse a machacármela a toda ostia.

Apoyadas y relatos

Otras veces me habían follado trancas no tan grandes como aquella y había perdido la erección, pero Juancho me había calentado bien y estaba disfrutando de la follada como pocas veces en mi vida. Por lo general me consideraba a mí mismo más activo que pasivo, pero con el amante adecuado se deshacen todas las etiquetas. No podía haber nada mejor en este mundo que sentir las arremetidas de aquel policía caído del cielo llenándome de polla.

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