Sensualidad gay
—¿Qué haces aquí?
Volvía a estar sin camisa y descalzo, aunque esta vez no llevaba piratas sino unos bermudas cortos. Me quedé atontado mirándole el paquete.
—Vengo a por más —pronuncié, escandalizándome de mis propias palabras en cuanto salieron.
—Una tunda de hostias es lo que te vas a llevar.
Mmm, aquello no iba como yo esperaba. Estuve tentado de decir lo primero que se me pasó por la cabeza, que yo no tenía la culpa de que mis deditos lo hubieran excitado, que era él quien se había hecho un pajote descomunal y se había corrido abundantemente sobre mis manos. Pero aquello no era justo. Además, comprendía el asco que sentía porque en parte yo lo sentía de mí mismo. Había dos personas que sufrirían por nuestra culpa. Que yo apareciera pidiendo más era para partirme la cara de verdad.
—Te dejo que me pegues si me dejas comerte la polla antes —solté.
—Pero, ¿qué cojones te pasa?
—Los tuyos.
—Sal de aquí antes de que me cabree.
Estaba jugando con fuego
pero el único punto débil de Sergio eran las mamadas. Llevaba años esperando a que Marta accediera a comerle la polla.
—Nos quedan ocho minutos. Te puedo hacer una mamada que no olvidarás en toda tu vida en ocho minutos.
Para mi sorpresa, sonrió.
—¿Eso es un sí? —Dije, esperanzado.
—Estás completamente salido. Me recuerdas al Luis del que no me enamoré, siempre acechando a ver si podía catar algo.
—Oye, fui pero que muy respetuoso contigo.
—Porque estabas enamorado.
Entonces se produjo un largo silencio. Le mantuve la mirada mientras Sergio se rascaba el pecho a la altura de la tetilla izquierda.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo carraspeó y se fue a la cocina.
Le oí abrir la nevera. Volvió con un botellín de cerveza.
—Ahora bebe y calla —ordenó. Y se sentó al ordenador.
Yo me pegué a la silla.
—¿Qué haces? —Pregunté, inocentemente.
—Te he dicho que bebas y calles.
—Apuesto a que si miro en el historial veré un montón de
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—Sigue soñando.
—Bueno, no. Las habrías borrado para…
Aquí me detuve en seco. Había estado a punto de mentar a Marta. Sergio pegó un bote de la silla como si se hubiera quemado el culo y de un empujón me tiró encima del sofá. Lo llené todo de cerveza.
—Podría haberme hecho daño —le dije, asustado.
Mi amigo estaba tan cabreado que me recordaba a la masa.
—Escúchame bien, pedazo de mamón…
—Mal elegido.
—¿Qué?
—Lo de pedazo de mamón. Mal elegido. No puedes saber hasta qué punto soy un pedazo de mamón si no lo compruebas por ti mismo.
—Pero, ¿qué coño te has tomado? ¿Vas a dejarme hablar de una puta vez?
—Adelante. Habla. Pero como vuelvas a empujarme te rompo las narices —dije, decidiéndome a ir por las malas.
Se ve que el cambio de guión le sorprendió porque después de mirarme como si me hubiera vuelto loco, se dio la vuelta y volvió a sentarse al ordenador. Entonces dijo, más calmadamente y sin mirarme:
—Lo que ocurrió el otro día no debería haber pasado y no pasará más.
Quiero que lo olvides, y no vuelvas a mencionarlo nunca
Si no eres capaz de hacerlo, puedes ir saliendo de esta casa y no volver a pisarla en tu puta vida.
En ese momento una vocecilla me dijo que me callara, que decir algo podía costarme su amistad para siempre, pero estaba desatado y no fui capaz de morderme la lengua.
—Te quiero —solté. Y esperé un segundo a ver cómo reaccionaba.
—Yo también —murmuró.
—Pero yo te quiero más. Yo te quiero de querer.
—Entonces volvemos a estar como siempre hemos estado.
—Pues es verdad. ¿Me das un abrazo de los tuyos? —En realidad hacía años que no le pedía un abrazo lastimero.
Sergio se puso de pie y abrió los brazos en plan osito y yo me abracé a su cuerpo intentando acostumbrarme a la idea de que aquello volvía a ser lo único que iba a conseguir de él.
Pues bien. El abrazo duró cinco minutos de reloj, como si fuéramos los protagonistas de un puto
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Se rompió cuando escuchamos la puerta de la calle.
—¿Te has quedado más tranquilo? —Me susurró Sergio.
—Me he quedado relajadísimo, oye. Había olvidado el efecto narcótico de tus abrazos.
Pensé que ahora que había llegado Marta, Sergio se apartaría para que no nos viera abrazados, pero en lugar de eso se lió a hacerme cosquillas, me tiró al sillón y se tiró él encima. Tico, el schnauzer miniatura, entró corriendo y se puso a ladrarnos, celoso. Marta entró con la correa todavía en la mano y nos vio hechos una madeja de brazos y piernas.
Esto es un fragmento de Cuando ya no te esperaba, una historia de amor, sexo y mucho morbo que forma para de una colección de quince
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