Al día siguiente convencimos a Eva de que se viniera al parque acuático. Afortunadamente tenemos uno a cuatro pasos de casa. Si hubiera habido que coger el coche, Eva habría tenido la excusa para no venir y yo no quería quedarme a solas con su sobrino.
Eva estaba de muy buen humor. La noche anterior habíamos pegado dos polvos casi seguidos, cosa que hacía siglos que no sucedía. Eso se lo teníamos que agradecer a Adrián. El hecho de tener invitados en casa y el morbo de tener que ir con cuidado para que no nos oigan siempre nos enciende.
De todas formas me conozco a mi mujer como si la hubiera parido (al parecer mucho mejor de lo que ella me conoce a mí) y al final fue igual que si no hubiera venido. Se tiró dos veces por los toboganes bajos y luego despareció entre el bar y las hamacas, y si te he visto no me acuerdo. Adrián y yo estuvimos juntos y solos casi todo el día.
La tensión por lo ocurrido el día anterior había desaparecido
Era como si nunca hubiera sucedido o como si de pronto hubiera dejado de importar. Nos pasamos el día entero de cachondeo, tirándonos por todos los toboganes o en la piscina de olas. En algún momento sentí la necesidad de tocarlo pero me contuve. Y creo que a él le pasaba lo mismo. La camaradería pedía a gritos algún tipo de contacto, aunque fuera pasarle el brazo por encima del hombro, pero no lo hice, ni él tampoco.
Hasta que al caer la tarde, cuando ya quedaba poco para que nos echaran, le dije que tenía que ir otra vez al baño y él me dijo que me acompañaba.
El baño estaba desierto. Entré y me dirigí directo a un urinario por inercia. Entonces pensé que podía resultar incómodo. Me giré hacia Adrián y me sorprendí al ver que estaba cerrando la puerta. Lo miré a los ojos inquisitivamente.
Vino hacia mí y por un extraño momento me pareció que iba a abrazarme
Pero se colocó delante del urinario de al lado y se puso a mear tranquilamente. Yo hice lo mismo.
No me atreví a echar una mirada a su miembro aunque ya se lo hubiera visto. Acabé de mear y me guardé la polla de vuelta al bañador. Seguía con la mosca tras la oreja. ¿Por qué había cerrado la puerta? Lo miré. Él también había acabado de mear pero seguía con el pollón en la mano. Se le estaba poniendo to tieso. No se atrevió a cruzar su mirada con la mía. La tenía fija en su polla mientras sus manos la acariciaban.
No sé el tiempo que estuvimos así, él tocándose y yo mirando cómo lo hacía
Estuve dos veces a punto de preguntarle por qué diantre hacía aquello pero conseguí callar a tiempo. Y menos mal. Decirle algo así sólo hubiera servido para que se sintiera humillado. La única solución era guardar silencio y ver dónde nos llevaba todo aquello.
No llegó a correrse. En algún momento recobró momentáneamente la cordura y se guardó el rabaco enhiesto en el ajustado bañador azul que a duras penas podía contenerlo.
Luego me miró, avergonzado.
Me dirigí al lavabo y me lavé las manos sin decir palabra. Había estado de nuevo a punto de preguntarle a qué había venido aquello, lo cual lo hubiera avergonzado muchísimo más. El silencio era mi mejor aliado.
Entonces me abrazó desde atrás.
Sentí su miembro erecto contra mi trasero
Pero curiosamente fui mucho más consciente de sus brazos, que cruzó sobre mi pecho, y de su respiración en mi oído. Cerré los ojos y disfruté de aquel contacto que, comprendí, había estado necesitando durante todo el día.
Después, simplemente, salimos de allí.
Al llegar a casa empezamos a ducharnos por turnos. Cuando le tocó a Eva y Adrián y yo nos quedamos un momento a solas, le dije con gravedad:
—Tenemos que hablar.
—Vale.
Fui a la cocina y me serví un cubata muy cargado. Evité mirarlo a los ojos mientras lo hacía.
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—¿Estás bien? —Me preguntó, preocupado.
—La verdad es que no.
—Lo siento.
—No vuelvas a decir que lo sientes, por favor.
—Vale.
—Tenemos que hablar pero no ahora y por supuesto, no aquí.
—Está bien. ¿Me pones uno de esos?
—No.
—Vale…
—No puedes beber. Tú vas a tener que llevar el coche porque yo pienso salir completamente borracho por esa puerta. Tú conduces, ¿no? ¿Tienes carné?
—Sí, tengo carné.
—Bien. Iremos a cenar a un Foster y hablaremos.
—¿Y Eva?
Eva. De repente había dejado de ser la Tita Eva para ser Eva sin más.
Aquello estaba sucediendo. Me estaba cargando mi vida
—Eva no querrá venir.
Me dio tiempo a beberme tres cubatas y medio antes de que bajáramos a sacar el coche. Adrián había tardado lo que no está en los escritos en arreglarse, supuse que intentando posponer la conversación todo lo posible.
Yo sentía que el alcohol no me había hecho ningún efecto. Estaba cabreadísimo con él. Tenía ganas de arrearle un puñetazo. Me imaginé girándole la cara de un guantazo en el ascensor, pero de pronto
Me acordé de que su ex lo había maltratado y me dieron ganas de llorar
Parece que el alcohol sí me estaba haciendo efecto, al fin y al cabo.
Adrián estaba de lo más taciturno. Me di cuenta de que me miraba con un poquito de miedo y me sentí fatal. Pero en vez de sonreírle y decirle que no pasaba nada, que se tranquilizara, lo miré como miraría a alguien que acabara de dar una patada a mi perro.
En el coche estuve pensando en qué iba a decirle. Elaboré varios discursos desde varias vertientes. Lo mejor era adoptar una postura de hetero casado cabreado con gay que intenta seducirle. Le dejaría claro que aquello no podía volver a pasar.
—No hace falta que lo hablemos si no quieres —dijo.
—Tú calla y conduce.
En el restaurante nos sentamos en el reservado más discreto y seguimos sin hablar hasta que vino un camarero a tomar la comanda. Ambos pedimos costillas barbacoa. Adrián dijo que nunca había pisado un Foster.
—Escucha… —empecé cuando el camarero nos dejó a solas. —Primero tengo que explicarte algo. No te sientas mal. No me estás llevando al lado oscuro ni nada parecido. Siempre me han atraído un poco los hombres. Últimamente se ha hecho más intenso y no puedo quitarme de la cabeza la idea de… —miré a mi alrededor por si había alguien escuchando y bajé la voz —la idea de comerme una polla. O unas cuantas.
Adrián sonrió pero no me interrumpió.
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