«Sólo me arrepentí de una cosa», una historia erótica de añoranza


Sólo me arrepentí de una cosa

Me había costado bastante localizar a Bernat. Se había mudado a Palma y su familia había vendido la casa de Costitx, por lo que no encontraba a nadie que me dijera donde estaba ahora. Lo único que conservaba era un teléfono fijo. Pero fijo que el teléfono lo había heredado el siguiente inquilino quien,  además, no lo cogía nunca. 
Agustí sí que estaba donde lo había dejado tantos años atrás. Seguía viviendo en el Port d’Alcúdia. Sólo que ahora su casa se había extendido hacia el cielo varias plantas y un todoterreno Chevrolet guapísimo le había crecido en el garaje. Seguía soltero, eso sí. Nunca me había quedado claro si le gustaban los chicos o las chicas. Sólo sabía lo que hacía conmigo en otros tiempos. Pero simplemente lo hacíamos, no hablábamos de ello. 
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Fue Agustí quien me sugirió que buscara a Bernat en facebook y así dimos con él. 
«Hola, tío. Agustí y yo queremos hacer una acampada, como en los viejos tiempos. ¿Te apuntas?» —Le escribí. 
«Joder, Eduard. ¡Cuánto tiempo! ¿Hasta qué día te quedas?»
«Tengo billete de vuelta en dos semanas».
«¿De vuelta a dónde?»
«Argentina».
Dijo que se apuntaba y quedamos para ese mismo fin de semana. Bernat se había casado con una alemana y tenían ya tres hijos. Me preguntó qué tipo de acampada íbamos a hacer, por si podía traer a su familia, y le dije que nada de familia. Sólo nosotros tres. Él ya entendió de qué iba la cosa. 
Si había resultado extraño volver a ver a Agustí en persona más extraño resultó ver a Bernat. Estaba tan cambiado que resultaba irreconocible. Del chico delgado, pálido y lampiño no quedaba ya nada. El Bernat actual era un señor oso en toda regla, con una barba súper espesa y cerrada, pelo por todas partes, la piel morenaca y regio como un árbol. Aunque con sus ojos azules de siempre. La verdad es que sentí un cosquilleo placentero en los cojones cuando vi en el tipo de macho en que se había convertido. 
—¿De donde coño has sacado todo ese pelo? ¿Es postizo? —Le preguntó Agustí. 
—¡Que vaaaa! —Dijo él riendo. —¡Tira, tira! ¡Verás que no se va a ninguna parte! 
—Pero tú no tenías un puto pelo en el cuerpo. Ni siquiera en los huevos. 
—Me depilaba entero. 
—¡No jodas! 
—¿No lo sabíais? 
Los dos negamos con la cabeza, igual de sorprendidos. 
—Siempre fui muy peludo. Así que me lo afeitaba todo. Hasta el culo. ¡Menudos pajotes me hacía delante del espejo! 
Volví a sentir cosquillitas en los huevos. Qué placer volver a ver a Agustí y a Bernat (sobre todo a Bernat) y ver en el tiarrón en que se había convertido. Y qué placer que se pusiera a hablar de pajotes de buenas a primeras. No tenía muy claro que habiendo formado una familia quisiera retomar lo que solíamos hacer en nuestras acampadas. Pero verlo tan suelto… Bueno, la cosa pintaba bien. 
Montamos la tienda en el pinar entre Playa de Muro y Can Picafort. Se supone que estaba prohibido acampar ahí pero como aún faltaba bastante para la temporada alta nos arriesgamos. 
—Oye, pues no es pequeña la tienda. Cabemos los tres —alabó Bernat. 
—No he encontrado una mágica como las de Harry Potter, así que habrá que contentarse con ésta —le respondí. 
Agustí fue enseñándonos toda la comida que había traído en la mochila, Bernat sacó las cervezas y otros licores más fuertes y cuando me miraron a ver que había llevado yo, me encogí de hombros y fui sacando de mi bolsa un montón de consoladores de diferentes formas y tamaños, condones normales y de sabores, tres anillos vibradores para el pene y todo tipo de lubricantes, a base de agua para follar con condón y a base de aceite de almendra si se nos ocurría follar a pelo o hacernos masajes o pajotes húmedos unos a otros. 
—Joder. Nunca trajimos todo eso a nuestras acampadas de entonces. 
—Ya. La mitad de estas cosas no existían, ni éramos tan conscientes de todo lo que se puede pillar. 
—Sí… La alegre ignorancia de la juventud —dijo Bernat con añoranza. 
—Que tampoco digo que lo vayamos a usar todo. O que lo vayamos a usar en absoluto. Pero lo traigo por si acaso. No recuerdo ninguna acampada en la que no hiciéramos guarradas así que por si cae, que estemos preparados. 
—Caer caerá —dijo Bernat, mirándome. —Llevo cerca de veinte años con ganas de polla. Nadie os salva de darme polla este finde. 
Uhhhh, Bernat estaba dentro. Ambos miramos a Agustí, que estaba sonriendo. 
—Ya sabéis que vosotros erais las dos cabezas pensantes y yo hacía todo lo que me pedíais. Yo me colocaré donde me digáis y haré lo que me pidáis, como siempre. 
—Mola, mola. Hice bien en preparar todo esto, entonces. 
Mientras preparábamos la comida me di cuenta de que Bernat no dejaba de mirarme y se mordía el labio. Él y yo teníamos un asunto pendiente pero no sabía si alguno de los dos iba a querer sacar el tema…
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