Me corrí mucho antes que Juancho y cuando ya no me quedaba más leche que echar me seguía corriendo con sus envites. Perdí toda la fuerza y si Juancho no me hubiera tenido bien atado a su cuerpo hubiera ido al suelo. Pero valió la pena. Los cinco minutos que pasaron entre mi corrida y la suya se me fue del todo la pelota. No podía pensar, sentía el frío de las baldosas ahí donde mi piel entraba en contacto con ellas y el cuerpo caliente de Juancho, piel con piel, en íntimo contacto con el resto de mi ser, y esas sensaciones eran lo único que existía. Gozaba con cada átomo. No me di cuenta de que mis labios llevaban minutos murmurando fóllame, fóllame, fóllame, ni de que se me caía la baba en regueros.
Encuentros casuales
Volví a la realidad cuando noté que Juancho me abrazaba más fuerte y paró todo movimiento.
Se corrió dentro de mí, en absoluto silencio. En realidad llevaba un buen rato sin decir esta boca es mía, raro en él, por lo que había visto. Permaneció inmóvil descargando la lefa, la verga ensartada hasta lo más profundo de mi ser, resollando en mi cuello. Me sentí fantástico. Era fabuloso poder proporcionar tanto placer a otra persona.
Descansó unos minutos, sin sacármela, sin movernos. Yo estaba en la gloria. Finalmente me sacó despacio la polla e hizo un nudo al condón. Yo me senté en el water, me temblaban las piernas.
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—¿Te ha gustado, bonito? —Preguntó.
Tuve que reírme. Jamás me habían llamado bonito.
—Me ha encantao. Repetiría ahora mismo.
—¿Puedo invitarte a cenar?
—Por supuesto. Por cierto… ¿Cómo te llamas?
Juancho me acompañó a casa para que pudiera dejar la compra. Le pregunté si quería darse una ducha pero reclinó. Dijo estar muerto de hambre. Me llevó a cenar a un chino.
Por el camino (fuimos a pata) pensé que podía enamorarme perfectamente de él. Había sentido durante nuestro encuentro muchas más cosas de las que despertaba en mí el mero sexo. Pero comprendía que no podía empezar la casa por el tejado. Yo no conocía a Juancho de nada. Él a mí sí. Me había investigado.
Erotismo y amor
Durante la cena puso las cartas sobre la mesa. Llevaba unos días vigilándome. Estaba investigando el asesinato de Néstor y trataba de discernir si yo formaba parte del extraño club de viudos que había fundado Lían o era sólo un desafortunado invitado.
Me hizo muchísimas preguntas, grabando mis respuestas con su iPhone. Le interesaba sobre todo cómo había acabado en aquella casa y el episodio con Néstor.
—¿Lían os pilló follando?
—Cuando terminamos, Lían estaba en la puerta. No sé cuánto vio pero nos vio, porque al día siguiente echó a Néstor de casa. Bueno, espera. No dijo que lo echara. Creo que dijo que habían acordado entre los dos que era mejor que se fuera.
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—Lían fue el último que lo vio con vida. En su declaración dijo que se despidieron en la puerta del piso y que unos minutos después pasó por la habitación donde dormías y vio que te habías despertado. Te invitó a desayunar, te explicó que Néstor se había ido y luego te hizo una mamada.
—Parece que no se dejó nada. Oye. ¿Esto lo hacéis siempre así?
—¿El qué?
—Los interrogatorios.
—¿Así, cómo? ¿Cenando después de un polvazo? Yo, siempre que puedo. La vida debería ser siempre así. Pero en realidad tienes razón. Estas preguntas debería hacértelas en comisaría y tú tendrías que tener un abogado. Pero he decidido ahorrarte el mal rato, porque acabas de perder a tu pareja, porque yo llevo esta investigación y creo que no estás involucrado en el asesinato y… porque me gustas.
Qué majo era.
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—¿No te pareció extraño que Lían se enfadara con Néstor hasta el punto de echarlo de casa pero que a ti te hiciera una mamada?
—En el contexto, cuando él me lo explicó, no me pareció extraño. Casi no conozco a Lían, no sé cómo suele reaccionar, si es celoso o una buena polla delante de la nariz le basta para perdonar y olvidar.
—No puedo grabarte diciendo cosas como esas.
—Tu pregunta incluía la palabra mamada y la anterior, follada. No hago más que contestar con absoluto rigor a sus preguntas, mi capitán.
—Te confieso que este caso me está dejando muchas noches con un dolor de huevos bestial. Menuda semanita.
—¿Te has follado a muchos testigos?
—¿Qué dices? Tú has sido el primero.
No añadió nada más, dejando abiertas futuras posibilidades. Sentí unos preocupantes y prematuros celos.
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Me contó muchas cosas también muy preocupantes sobre el grupo de Lían. Llegué a intuir que no era la primera muerte relacionada con ellos que quedaba sin resolver. Me alegré de haberlos sacado de mi vida la misma noche en que me enteré de la muerte de Néstor.
Tampoco fue muy claro a este respecto pero me pareció entender que tenían un hombre infiltrado en el club de Lían. Juan a Secas, que era el que más me atraía de los amigos de Lían, era el que más papeletas tenía de ser poli. No le pregunté nada más a Juancho para no meterlo en apuros, pero sabía que si hubiera querido se lo hubiera sonsacado. ¡El tío hablaba por los codos!
Después de cenar, Juancho me llevó a un pub súper oscuro donde nos metimos mano hasta las tantas. Cuando me acompañó a casa aquella noche y nos despedimos, con la promesa (por su parte) de llamarme pronto para ver cómo me iban las cosas, y con la petición de que lo llamara yo si alguno del club se ponía en contacto conmigo, me quedé con la sensación de que nuestro encuentro había significado más para mí que para él.
Toda su conversación giraba en torno al sexo, una y otra vez. No paraba nunca de hablar de su polla (y de tocársela). Para un día había estado bien, pero sabía que si lo veía más veces acabaría saturándome.
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Pero mientras me sobaba lánguidamente la polla en la bañera, una semana después de aquel encuentro, ya se me había olvidado esa sensación. De hecho, me parecía fantástico que cada vez que me cogía el teléfono me dijera cuarenta cerdadas. Me ponía cachondo. Juancho era uno de esos hombres que en realidad seguían siendo niños y disfrutaban siempre del sexo como si lo acabaran de descubrir.
Pensé que quizá hacían falta más hombres como él. Sea como fuere, me moría de ganas de verlo otra vez.
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