–Y ya solo queda el local de ambiente –dijo el albacea.
Mis hermanas se miraron entre sí, yo miré a mi madre, mi madre miró al suelo, yo miré a mis hermanas, la mayor miró al albacea, y el albacea se explicó:
–Vuestro padre
Regentaba un local gay en el puerto
Es un negocio próspero. Quiso dejármelo a mí, puesto que he sido en realidad su pareja los últimos veinte años, pero yo no lo quiero y así se lo hice saber. Bastante mal lo he pasado todos estos años esperándolo en casa hasta las tantas. Así que le convencí de que se lo dejara a su hijo, ya que es el único descendiente varón y en su local no se permite la entrada a las féminas, lo cual siempre he considerado de muy mal gusto, pero así era vuestro padre y esposo. Tu padre, Fernando, te da en su testamento la opción de pasarle el negocio a Pedro, su mano derecha en el local, pero como se lo dejes a Pedro te juro que tendrás en mí un enemigo de por vida. Es más, me gustaría que cuando te posesiones del negocio despidas ipso facto al tal Pedro. Y si lo tiras a patadas mejor que mejor.
¿Papá era gay?
preguntó Carla, la hermana mediana.
Mamá seguía mirando al suelo. Entonces el albacea dio por terminada la lectura del testamento y todos nos pusimos en pie, incómodos. Y el tipo fortachón de las gafas de sol nos dio el pésame y luego se presentó como la pareja de mamá, desde hacía también veinte años.
Cuando todos se hubieron marchado yo me quedé con Adrián, el albacea y novio viudo de papá, para hablar sobre el último punto del testamento.
Mamá seguía mirando al suelo. Entonces el albacea dio por terminada la lectura del testamento y todos nos pusimos en pie, incómodos. Y el tipo fortachón de las gafas de sol nos dio el pésame y luego se presentó como la pareja de mamá, desde hacía también veinte años.
Cuando todos se hubieron marchado yo me quedé con Adrián, el albacea y novio viudo de papá, para hablar sobre el último punto del testamento.
Comprenderé que no quieras regentar un local gay si no eres gay
–dijo Adrián–, pero podrías verlo como un negocio más, y contratar gente que sepa llevarlo.
–No tengo muy claro que no sea gay, la verdad.
–¿Alguna vez te has tirado a un hombre?
–Alguna…
–Ah… entonces quédate con el local.
–Creo que lo haré. Bueno… Entonces, has sido el novio de papá desde que yo era un crío.
–Desde que tenías tres años, sí.
–No te había visto nunca…
–Tu madre lo consideraba un degenerado y no quería que lo supierais.
No parece que le haya hecho mucha gracia que lo sacaras del armario ahora
–Bueno, ahora ya está muerto. Se lo debía.
–¿Lo querías?
–Más que a mi vida.
Me quedé mirando a aquel desconocido que había compartido tantos años con mi padre (por lo visto, otro gran desconocido) y sentí una mezcla de simpatía y compasión por él.
–¿Te lo recuerdo?
–Muchísimo. Era casi igual que tú cuando nos conocimos.
–Sólo te has quedado con lo naranjos.
–No necesito nada más.
¿Aceptarías un regalo de su hijo varón?
–¿Estamos hablando de dinero?
–No. Estamos hablando de esto –y me pasé la mano por el bulto del pantalón.
Adrián abrió mucho los ojos.
–¿Hablas en serio?
–Toca –ofrecí.
Adrián posó una mano en mi entrepierna.
Sólo de hacerle tal ofrecimiento mi verga se había puesto como una piedra
–Vaya… Espera, cerraré la puerta.
–Aquí te espero.
Mientras Adrián echaba la llave me desabroché el cinturón.
–¿Me creerías si te digo que he soñado con esto esta noche? –Me dijo cuando volvía.
–Para mí, en cambio, ha sido toda una sorpresa.
Me desabotoné el pantalón y bajé la cremallera. Adrián no se perdía detalle.
–¿En qué consiste el regalo? –preguntó, ansioso.
–¿En qué quieres que consista?
–Me conformo con lo que sea.
–Pide.
–¿Besas?
Por toda respuesta
Puse las dos manos sobre su mejillas cubiertas de una barba casi blanca y le di un beso lento en los labios
que lo hizo estremecer.
–Besas como él.
–Lo llevo en los genes.
–Esto es morboso.
Volví a besarlo para que dejara de pensar.
Mientras lo morreaba Adrián empezó a desvestirse, como si le hubiera entrado la prisa, no fuera yo a cambiar de opinión.
Mientras lo morreaba Adrián empezó a desvestirse, como si le hubiera entrado la prisa, no fuera yo a cambiar de opinión.
Acabas de leer un fragmento de uno de los relatos gay incluidos en SingerMe, el segundo libro de la Colección Serie Marco Azul de Marcos Sanz.
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