Yo me había incorporado un poco para seguir sus avances. Cada poco tiempo tenía que recordarme que aquello era real, que aquel era Sergio, aquellas sus manos y aquellos mis huevos.
—¿Y si el perfecto hetero se metiera un huevo de su amigo gay en la boca? ¿Qué dirías a eso? —Preguntó.
—Que adelante. Pero ya.
Y lo hizo, y yo me dejé caer en la toalla, completamente fuera de mí.
—¿Y si el perfecto hetero le chupa los dos huevos a su amigo gay y luego baja la lengua y le lame el principio del ano? ¿Qué dirías a eso? —Dijo después.
Que dijera todas aquellas mamonadas me estaba poniendo cardiaco.
—Diría que el perfecto gay se abriría el culo con las dos manos —contesté, mientras él empezaba a hacer con la lengua el recorrido citado.
—¿Y si el perfecto hetero se dejara de tonterías y se metiera la perfecta polla del amigo gay en la boca y empezara a mamar verga como un condenado?
—El amigo gay le pondría un piso en la costa —y tal como yo le amueblaba el hipotético piso, el perfecto hetero se introducía mi verga en la boca y empezaba a mamar como un perfecto amigo gay.
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Cómo jalaba el cabrón. Se notaba que aquello era nuevo para él, no por la falta de experiencia, que en realidad no se notaba para nada, sino por las ganas que le ponía. Sentí cierta envidia al recordar que las primeras veces son irrepetibles, y aquella era una verdadera primera vez para Sergio (descontando el minuto del coche, horas antes). Luego pensé que era un idiota por sentir envidia ya que también era una primera vez para mí, y la más importante de todas: la primera vez que Sergio era sólo para mí, la primera vez que me declaraba sus sentimientos, y, joder, ¡la primera polla que se metía entre los labios era la mía! No sé qué más podía pedir.
La cosa es que el tío me estaba haciendo una mamada realmente cojonuda con una pericia y una entrega increíbles, en un parque en medio de la ciudad en mitad de la noche, sobre unas toallas y unos cojines que se había traído de su casa y con una nevera llena de cervezas, refrescos y piscolabis. Si eso no era perfecto, no sé qué podía serlo.
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Sus manos jugaban con mis huevos y mi culo, un dedo con un poco de saliva se paseó por mi ano, mientras su boca se tragaba toda mi tranca, como él la había llamado, de arriba abajo una y otra vez, con glotonería. Abrí mucho las piernas y me restregó todo el puño por el orto, sin dejar de propinarme la mamada del siglo.
—Quiero que te corras —me pidió, sacándosela un momento de la boca. —Quiero que me llenes toda la boca de lefa.
Es lo que les había dicho a Marcos y a Marta que habíamos estado haciendo en el aparcamiento.
—¿Quieres que me corra? ¿Tan pronto?
—Será la primera de muchas. Ya lo verás. Ahora, quiero que me satures de leche.
Y volvió a adueñarse de mi verga y a mamar como si no hubiese hecho otra cosa en la vida. Y yo dejé de aguantar y me dejé llevar poco a poco por la culminación de mi sueño hasta la cima de mi anhelo, y él aceleró sus movimientos y yo sentí que me iba a correr, y me enderecé y le cogí la cabeza entre mis manos, y él sonrió, y mamó con fruición, y sin poder aguantar solté un grito y me corrí en su boca, y mientras recibía en la lengua los chorros de esperma le cambió la expresión de la cara y una felicidad extrema le tiñó la mirada.
Sergio se relamía, sin dejar de jugar con los dedos en mi ano. Recogió hasta la última gota, se tragó todo mi semen y luego se tumbó a mi lado, pegando su cara a la mía, mirando los dos hacia el cielo.
—Dios santo, no sé por qué me excitas tanto.
Pasé de hablarle de mi teoría de las primeras veces. En cambio dije:
—Tiene gracia que Marta odie el semen y tú lo saborees de esa manera.
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Por un momento pensé que había metido la pata. El silencio de Sergio duró lo bastante como para hacer saltar mis alarmas, pero al cabo dijo:
—Tragarme tu lefa ha sido una de las cosas más excitantes que he hecho en mi vida. Llevo una semana sobreexcitado, trempando cada diez minutos. Nunca había tenido la polla tan dura, y no hay forma humana de calmarla.
Le puse la mano encima para comprobarlo.
—Pues sí, la tienes como una roca.
Entonces se desvistió completamente, recolocó su toalla y me pidió que me sentara apoyando la espalda en la parte baja del tobogán. Después se sentó entre mis piernas abiertas y apoyó su espalda desnuda en mi pecho desnudo, como aquel primer día pero sin ropa, y yo le acaricié las tetillas como entonces y él se estremeció, y dejó que lo acariciara durante unos minutos en que no dejó de retorcerse y de morderse la lengua, pero sin tocarse la verga cuya punta aparecía excitantemente mojada de líquido preseminal, hasta que como aquella otra vez ya no pudo más y empezó a hacerse una paja liberadora mientras yo volvía a empalmarme y mi polla rozaba contra la parte baja de su espalda y mis labios le decían guarradas al oído.
Y Sergio se corrió, con una primera descarga brutal que le llegó al cuello, y como aquella vez, me regó también las manos que seguían retorciendo sus pezones, y oímos un ruido y vimos que en un balcón una pareja compuesta por un hombre y una mujer nos observaba, pero nos dio exactamente lo mismo.
Y me chupé su leche de las manos y el gimió de gusto al verme hacerlo, y empecé a recogerle con la lengua la leche de todo el cuerpo mientras se dejaba hacer, extasiado. Y cuando acabé me llenó la boca con su lengua y me besó, y me besó y no dejó de besarme.
Después se puso a cuatro a patas y me dijo:
—Me dijiste que cambiabas una gran mamada por una buena comida de ojete. Demuéstrame lo que me he perdido.
Y obediente empecé a lamerle las cachas del culo, empezando bien lejos del orto para hacerle sufrir, mientras iba echando miradas al balcón y descubría que aquella pareja que nos espiaba empezaba a calentarse. Y mientras me acercaba despacio hasta el centro de su placer, y en el camino le hacía una comida de huevos que casi le hizo perder las fuerzas, comprobé que Sergio seguía teniendo la verga tiesa pese a acabarse de correr y empecé a masturbarlo haciendo que el hombre de mis sueños empezara a suspirar con fuerza. Y aquello excitó tanto a la pareja del balcón que el tío ya tenía la polla en la mano y la mujer se iba quitando la blusa.
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Y entonces por fin le di una lamida en el ojete y Sergio echó atrás las caderas para sentir más y más, y mi boca se afanó en darle una comida de culo que no olvidaría en su vida.
Y así seguimos. Las horas pasaron volando y gozamos y nos amamos, y hablamos y reímos e incluso cantamos, como almas libres, sin recordar que nuestras vidas estaban atadas.
Y en algún momento entre aquel segundo ya pasado y el final que traía consigo el amanecer me comí su pedazo de tranca… y fue perfecto.
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Hacía más o menos un mes de nuestro encuentro nocturno en el parque y, pese a las cosas que nos habíamos dicho aquella noche, no había vuelto a ver a Sergio. Mentira. Me lo había encontrado en el supermercado, unas dos semanas después de nuestra noche mágica, pero al verme se había escaqueado disimuladamente por el pasillo de los congelados. En aquel momento su huída me había provocado una sonrisa. Ahora, la urgencia de continuar con lo nuestro no me dejaba sonreír.
Al principio pensaba que con el tiempo se le pasaría el miedo. Estaba bastante acostumbrado a sus arrebatos pasionales. Ahora te quiero, ahora no te quiero, ahora te follo, ahora me odio, y así. Pero los días pasaban y el teléfono no sonaba y yo empezaba a cansarme, no sabía si de esperarlo o si también me estaba cansando de amarlo.
Ya había tomado la decisión de ir a verlo, de ponerlo de nuevo entre la espada y la pared, cuando Marcos dejo caer el bombazo.
—¿Hace cuanto que no ves a Sergio? —Dijo, como quien no quiere la cosa, mientras ojeaba noticias en Internet.
—Ya hace bastante —contesté, prudentemente. —¿Por qué?
—Porque Marta se ha ido a vivir a casa de sus padres. Se van a separar.
Me quedé de piedra. Creo que tardé demasiado en decir un “Ostras, no sabía nada”. Marcos me miró de reojo, rematadamente serio. Ya me había acostumbrado a su desconfianza. En el fondo él lo sabía, sabía que pasaba algo entre Sergio y yo. Ahora se estaba preguntando si, que Sergio y Marta se separaran, tenía algo que ver.
Me puse a su espalda y le di un masaje en los hombros. Marcos cerró los ojos y se dejó hacer, mientras yo le decía que a nosotros no nos pasaría lo mismo pero pensaba en que tenía que ver a Sergio cuanto antes.
Lo llamé al móvil esa tarde y tuvimos una conversación sorprendentemente sosa. Cuando le pregunté por Marta cambió de tema y cuando le dije que quería verlo me dio largas y no tardó ni diez segundos en colgar.
Unos días después me presenté en su casa. Hablamos en la puerta. Es decir, no me dejó pasar. Intenté tocar los temas candentes (qué ha pasado con Marta, qué ha pasado con todas las cosas bonitas que me dijiste aquella noche, por qué no me has llamado) pero no me dejó seguir por ahí. De hecho, me despidió sin muchos miramientos.
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Su indiferencia, y su negativa a enfrentarse a sus propios actos, me enfurecían. Cada día estaba un poco más cabreado, y a la vez me moría por verlo. Empecé a presentarme en su casa a todas horas, pero la mayoría de las veces me quedaba en el coche. Así comprobé que el perro se lo había llevado Marta, porque Sergio no salía a pasearlo. También constaté que Sergio se había apuntado al gimnasio y que había recuperado a algunos viejos amigos, ya que salía a tomar cervezas al bar de enfrente una media de cuatro noches a la semana, siempre con los tres mismos tíos, a los que yo conocía sólo de vista.
Y llegó el sábado en cuestión. Yo estaba aparcado a unos prudentes doscientos metros de la puerta de su casa. Eran las once, más o menos la hora en que los sábados se iba al gimnasio, y hacía un sol del carajo. Estaba dispuesto a hablar con él y a hacer que me escuchara. Lo de convertirme en un acosador en potencia me estaba destrozando los nervios y tenía que acabar. Pero cuando salió de su casa no llevaba la bolsa del gym, sino una toalla enorme por encima de los hombros. Se metió en su coche sin reparar en mí y arrancó. Y pensé, bueno, si he estado aparcado día y noche delante de su casa no pasa nada si lo sigo hasta la playa. Incluso puedo esperar a que se meta en el agua y poner mi toalla (siempre llevo una en el coche) cerca de la suya y que crea que el destino nos ha hecho encontrarnos por casualidad.
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Seguro que se alegraría de verme. Si jugaba bien mis cartas a lo mejor acabábamos pegando un polvazo y conseguía después que contestara a mis preguntas.
Así que lo seguí, dejando siempre uno o dos coches de distancia en la carretera. Y para mi sorpresa estuvimos conduciendo cerca de cincuenta minutos, teniendo playas y calas a sólo cinco minutos de casa (ventajas de vivir en una isla).
Cuando por fin detuvo el coche en una especie de camping me preocupó que pudiera verme. Aparqué bastante lejos y esperé a que se adentrara en el bosque antes de salir del mío. La verdad es que no tenía ni idea de dónde estábamos. Yo siempre iba con Marcos a la misma playa y no solía aventurarme por otras. Empecé a seguirlo por una serie de senderos formados entre pinos y arbustos, lo bastante lejos como para que si se giraba de pronto no pudiera reconocerme. Los pinos desaparecieron en algún momento y los senderos empezaron a serpentear entre dunas. Ya podía oírse el mar pero todavía no se veía. En cierto momento, Sergio se adentró entre la maleza, alejándose del sonido del mar, y avanzó por caminos más estrechos, hasta que llegó a una especie de refugio natural. Los árboles habían construido una cueva protegida del sol, muy amplia y alejada de miradas, aunque la verdad, en todo el trayecto no nos habíamos cruzado con nadie. Bordeé aquella especie de cabaña procurando no hacer ruido hasta que encontré un lugar elevado desde donde poder espiar el interior sin ser descubierto. Sergio estaba colocando su toalla a los pies de un árbol contra cuyo tronco iba a apoyar la espalda.
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No veía que llevara un libro. Quizá pensaba entretenerse con el móvil. Quedé francamente sorprendido cuando se quitó las zapatillas, la camisa y las bermudas, quedando totalmente en cueros, se sentó sobre la toalla, apoyó la espalda en el tronco del árbol, y empezó a magrearse la polla y a tocarse despacio los huevos hasta conseguir una erección brutal. Me estaba preguntando si aquello era fruto de la casualidad o si Sergio me había descubierto siguiéndole y por eso me ofrecía aquel espectáculo, cuando escuché unos pasos que se acercaban rápidamente a la cueva de árboles. Sergio también debía oírlo pero no se movió. Siguió haciéndose lentamente una paja, sin apartar los ojos de la entrada.
A lo mejor había quedado con alguien. Me sentí bastante estúpido y traté de ocultarme mejor. Si ahora me descubrían allí me moriría de la vergüenza.
Los pasos bajaron de velocidad conforme se acercaban a la entrada de la cueva. Sergio separó un poco el culo del tronco para acomodarse mejor, abrió más las piernas y empujó su miembro un poco hacia delante para mostrársela al recién llegado completamente erecta. Se notaba que aquello lo estaba excitando muchísimo. Una cabeza asomó por la entrada. Un hombre de unos treinta y cinco, altísimo, delgado y a todas luces extranjero. Se quedó rígido, observando en absoluto silencio a Sergio, que se llenó la palma de la mano de saliva y se la restregó por todo el cipote. El guiri observó atentamente durante un rato, magreándose el bulto por encima del pantalón, sin perderse detalle de las evoluciones de Sergio, pero sin atreverse a entrar en aquella sala de estar natural. Yo los observaba a los dos bien oculto y completamente excitado.
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Comprendí que Sergio no había quedado allí con nadie. Aquella era una playa de cruising. El tío se iba allí a montar espectáculo. Se había convertido en un calientapollas. No sabía si eso me molestaba o no, pero verlo haciendo aquello delante de un desconocido resultaba impagable.
Entonces se escucharon más pasos acercándose. El guiri se puso tenso pero no se movió de donde estaba y Sergio parecía estar en su salsa, echando más saliva a su verga y machacándosela con parsimonia. El guiri se apartó para dejar entrar al recién llegado. Era un hombre de unos cuarenta, parecía español. Llevaba un bigotazo horrible y era bastante robusto. Llevaba la camisa totalmente abierta. Por las pintas yo diría que era taxista o conductor de autobús, tomándose un descansito. Pasó olímpicamente del guiri y se acercó en tres pasos a donde estaba Sergio. Me pregunté si aquella iniciativa molestaría a mi amigo y de nuevo me sorprendí cuando Sergio, allí sentado, sacó la lengua mirando al recién llegado a los ojos y acelerando la paja que se hacía. El taxista se quitó los pantalones en un santiamén. No llevaba calzoncillos. Acercó su miembro, oscuro, gordo y morcillón, a la lengua de Sergio y éste le dio un lametazo en todo el prepucio. Yo estaba anonadado. El taxista se colocó a un lado para que Sergio se la chupara y al mismo tiempo el guiri pudiera verlo todo desde la entrada.
Y Sergio empezó a mamarle el rabo al taxista con un ansia voraz, mientras seguía haciéndose un pajote lento y sensual, que el guiri no perdía de vista. Al taxista se le puso pronto bien dura. Tenía una polla nada despreciable, y unos cojones peludos que al cabo de poco estaban rebotando en la barbilla de mi amigo, que tragaba y tragaba, salivando tanto que los regueros le caían por las comisuras de los labios. El taxista empezó entonces a pellizcarle las tetillas y Sergio se volvió loco y empezó a tragar como en energúmeno mientras el guiri no aguantaba más y se sacaba una polla rasurada y blanca como la harina y empezaba a masturbarse dando de vez en cuando un pequeño y tímido paso hacia ellos que a los otros dos les pasaba completamente desapercibido.
Sergio estaba
Tragando polla a dos carrillos y aceleraba su pajote
Sin dejar de salivar y retorcerse de gusto, el taxista le estaba follando la boca sin muchos miramientos y el guiri se iba acercando poco a poco. No pude hacer otra cosa que sacarme la polla yo también y empezar a darme caña porque me estaban poniendo a diez mil. La cosa siguió igual durante unos minutos. Sergio se estaba poniendo perdido de saliva, el taxista le pellizcaba las tetillas cada vez con más fuerza y le metía la empuñadura hasta la garganta aprovechando que aquello ponía cardiaco a mi amigo, como yo bien sabía. El guiri pareció por un momento que iba a intentar unir su blanco vergajo al del taxista pero no debió ver al otro muy por la labor de compartir aquella boca, así que se contentó con colocarse al otro lado y darle golpes en la mejilla a Sergio con el rabo y masturbarse junto a su oreja.
El taxista empezó a decir Oh, siiiii, oh, siiiiii, señal de que estaba apunto de correrse, y creo que
Aquellos gritos de placer nos pusieron a todos a mil por hora
Aceleró la follada bucal, sin dejar de subir la voz en cada arremetida, apretándole los pezones a Sergio quien se había convertido en una enajenada máquina de tragar y no dejaba de recibir pollazos en la mejilla por parte del otro, que también estaba acelerando su pajote. Y de pronto llegaron las corridas, casi al unísono. El taxista empezó a correrse en la boca de Sergio, y después de soltarle dos trallazos le descargó el resto sobre la frente, al tiempo que el guiri empezaba a soltarle lefazos espesos en la oreja y el pelo y el propio Sergio se corría sobre su propio pecho entre estertores de placer. Pasaron unos segundos en que ambos, el taxista y el guiri, continuaron restregando sus pollas por la cara llena de leche de mi amigo, hasta que de pronto ambos decidieron que ya era suficiente y se largaron en unos segundos. Sergio se quedó allí, relamiéndose, aparentemente sin saber que yo estaba escondido y lo había visto todo. Pasaron cinco minutos en que Sergio no se movió un ápice y yo tampoco. Entonces, transcurrido ese tiempo, se levantó, y sin preocuparse de recoger sus cosas, salió de la cueva totalmente desnudo. Yo me quedé donde estaba y esperé unos quince minutos. En ese tiempo dos hombres más se asomaron por la abertura de entrada de aquella cueva hecha por la vegetación, vieron la toalla y la ropa de Sergio, y se fueron sin más.
Después reapareció Sergio, con el cuerpo mojado. Se había ido a dar un chapuzón a la playa para quitarse las corridas de encima. Pensé que iba a recoger sus cosas para irse pero en vez de eso sacudió la toalla y esta vez la extendió en el suelo, hizo una almohada con sus bermudas y su camisa y se tumbó boca abajo sobre la toalla. Durante unos minutos permaneció allí tendido. Creí que se había quedado dormido, pero cuando empezaron a escucharse nuevos pasos que se acercaban, haciendo crepitar el manto de hojas de pino, Sergio dobló las rodillas poniendo el culo en pompa. No era una posición cómoda para quedarse dormido, precisamente. Un chico de más o menos mi edad se asomó por la abertura y cuando vio lo que había dentro, entró y le dio una palmada a Sergio en la nalga.
—¡Hey, has vuelto!
Sergio le sonrió pero no cambió de posición.
—¿Qué has hecho hoy? —Preguntó el otro, poniéndose de rodillas y dejando su bolsa de playa a un lado.
—Me han follado la boca.
—¿Con final feliz?
—Se me han corrido dos en la cara.
—Guau. ¿Y aún tienes ganas de marcha?
—Siempre —y levantó un poco más el culo a la espera.
El nuevo chico, que al parecer conocía a Sergio de otras veces, se bajó la cremallera y se sacó la punta de la polla, y mientras empezaba a tocarse el prepucio con los dedos acercó la boca al culo que Sergio le ofrecía y le dio un lengüetazo directo al esfínter. Sergio se estremeció y a mí se me empezó a poner dura otra vez.
—Te has bañado —dijo el otro.
Sergio se limitó a asentir.
—¿Había mucha gente?
—Estaba petao.
—¡Dios, qué culo!
—Gracias.
El chico empezó a hacerle una comida de culo a mi Sergio que ya la quisiera yo para mí. Tras lengüearle a gusto hizo que Sergio empinara un poco más el trasero y se lío a comerle los huevos. Yo estaba que iba a reventar. Sergio, en cambio, parecía disfrutar de un modo sosegado. Tenía una expresión dulce en la cara. Casi me odié por haberlo iniciado en aquello. Sergio ahora se daba a todo el mundo menos a mí. Pero ese pensamiento no consiguió que perdiera la erección ni impidió que me fuera haciendo un pajote tremendo sin perderme detalle de lo que le hacía el goloso. Después de comerle los cojones y volver al culamen el chico pidió a Sergio que se diera la vuelta y cuando lo tuvo boca arriba se recostó sobre sus piernas y se amorró a su vergajo, que volvía a estar en pie de guerra.
Y así empezó a hacerle una mamada, muy despacio, disfrutando de su rabazo
sopesándole los huevos y metiéndole de vez en cuando lentamente un dedo por el culo que hacía que Sergio se retorciera entero de placer.
No vi acabar aquella mamada. Después de casi media hora me di por vencido, me dolían los cojones una barbaridad. Me corrí en silencio y con una abundancia que me dejo sorprendido y salí de allí tratando de no hacer ruido.
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