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Barba blanca
Formato: Tapa blanda Compra verificada
Recién devorado y a tope! esperando que llegue el próximo….
Ideal para leer a ratitos cuando vas en el metro, por ejemplo, eso si, cuando tengas asiento, porque los estímulos son tales que el bulto de la entrepierna delata lo que estás leyendo….asi que mucho ojito….jijijiij
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El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
(Fragmento de uno de los relatos del libro).
I
Y entonces la vaca explotó.
Así es como mi profesor de literatura de la Universidad, Francisco Rojas se llama el hombre, decía que tenían que empezar los cuentos. Con una frase impactante que sugiriera que la historia ya había comenzado antes de que el libro cayera en nuestras manos y que nos hiciera preguntarnos qué diantre vendría a continuación. Que encendiera la imaginación. Que permitiera que el cerebro tuviera algo que comer, elaborando primeras teorías de por qué explotó la pobre vaca.
Otros principios que le parecían adecuados eran tal que así:
«El periquito centró sus ojillos en mí y luego se comió su propia cabeza».
«En ese momento descubrí que mi perro hablaba».
(Sí, yo también creo que mi profe tenía algún problema de la infancia relacionado con animales).
Y mi preferida:
«El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33».
Todas buenas frases para comenzar un relato y algunas con potencial de título.
Yo, como siempre, tenía que sacarle punta a todo, y cuando nos explicó lo dicho, levanté la mano. Francisco Rojas ya esperaba mi pregunta porque, de hecho, yo era el único de la clase que hacía preguntas.
—El problema que yo le veo es que si buscamos un inicio impactante de ese estilo para atrapar al lector, ¿no estamos condicionando el propio relato? ¿No me obligo a mí mismo a escribir sobre vacas que revientan?
—No necesariamente —contestó el profe. —Porque puedes decir que la vaca explotó y a renglón seguido explicar que así era como decía tu profesor de la Universidad que había que empezar un relato.
Me lo apunté. Me dije que algún día tendría que usarlo.
Todo esto viene a que el mes pasado, mi profe, Francisco, al que hacía como diez años que no veía, se mudó al apartamento de al lado.
Con él tuve una historia rara. Me medio colé por sus huesos en la uni y muchas tardes me quedaba después de clase para charlar con él de lo que fuera. Él se mostraba amable, algunas veces hasta parecía interesado, pero nunca supe a ciencia cierta si había alguna posibilidad de tema o era un hetero redomado. El último día de clase incluso le mencioné que había tenido novio, a ver si provocaba alguna respuesta en él, pero el tío no enseñó sus cartas.
Y, como digo, el mes pasado, al asomarme a la ventana de mi cuarto que da a un patio vecinal, me lo encontré a él asomado a la ventana de su salón, que es la estancia de su apartamento que tengo enfrente.
—¿Francisco? —Dije, anonadado.
—Mira a quien tenemos aquí. Al mismísimo Juan Carlos. —Se acordaba de mi nombre. Qué bien. —¿Has seguido escribiendo?
—Dos horas cada día.
—Tendrás ya unas cuantas novelas.
—Unas cuantas…
Después de eso nos quedamos mirando sin saber qué decir.
—Me he acordado muchas veces de tu leche que explotaba —solté al final.
—¿De mi qué?
—De la vaca. La vaca que explotaba. ¿Qué he dicho?
—Has dicho leche. Mi leche.
Tierra, trágame. ¿En serio?
Me pareció que mi antiguo profe se ponía un poco colorado.
—¿Recuerdas cómo se le llama a eso? —Me preguntó.
—Lapsus línguae.
—Perfecto. Sigues siendo el mejor.
Lapsus línguae, pensé. Yo a eso no lo llamo Lapsus línguae. Yo a eso lo llamo tensión sexual no resuelta.
II
La siguiente vez que lo vi asomado también hablamos.
—¿Vives solo? —Le pregunté, muy interesado.
—Completamente. ¿Tú?
—También.
—La soledad bien llevada es uno de los mayores placeres de la vida —dijo.
—¿Eso significa que quieres que te deje en paz?
—No, en absoluto. Hagamos una cosa. Cuando nos apetezca intimidad, cerramos la ventana y listos.
—Me parece bien.
—Mientras tanto, saluda siempre que quieras.
A partir de entonces la ventana se convirtió en un elemento clave en mi vida y mi habitación, en mi lugar preferido para pasar el rato. Me pasaba el día medio trempado, esperando verlo cruzar hacia el baño o hacia la cocina, a ver si reparaba en mí y me sonreía. Él tenía las mejores vistas posibles. Desde su ventana podía ver toda mi cama. Me di cuenta del potencial que tenía aquello cuando una mañana me desperté completamente empalmado. Mi polla se había escapado por la ranura del calzoncillo y hacía una nada despreciable montaña bajo la sábana. Miré por la ventana, por encima de mi polla tiesa, y allí estaba Francisco, asomado y con una sonrisa radiante en la cara.
—Duros días —dijo.
Ni siquiera me ruboricé. Me encantó su naturalidad. Y su tono.
El resto del día lo pasé en mi cama, escribiendo en calzoncillos con el portátil, descamisado y vigilando su salón por si lo veía aparecer. Tenía pensado dejar escapar un huevo por un costado del calzoncillo si aparecía pero me pudo la vergüenza.
Sobre las tres de la tarde volvió a asomarse.
—Menudo caloraco.
—Vaya…
—Tú vas bien ligero.
—No tengo aire acondicionado. O voy así o me paso el día sudando.
—Supongo que no te importará que me quite la camisa.
—Estás en tu casa.
Se quitó su camisa de leñador a cuadros de distintos tonos marrones y la tiró como si estuviera haciendo un striptease. Y ahí estaba mi respuesta. A parte de estar bastante cachas en plan oso y tener un buen montón de pelo en el pecho, tenía tatuadas unas huellas también osunas que le subían en lateral desde encima del ombligo hasta el pezón derecho. Mi profe era un bear de tomo y lomo.
No se quedó mucho rato enseñando carne. Desapareció sin más y no volví a verlo aparecer hasta más o menos las siete de la tarde, todavía con el pecho al descubierto.
—¿Qué tal lo llevas? —Me preguntó, rascándose una picadura de mosquito entre ambos pezones, más cerca del derecho.
—Morcillón y torcido a la izquierda.
—¿Estás escribiendo?
—Ajá.
—¿Qué escribes?
—Pues no sé por qué pero con el calor siempre me dan ganas de escribir relatos eróticos.
—¿En serio? —Su sonrisa se ensanchó. —¿Me dejarás leer alguno?
—Te haría el protagonista.
Joder. Aquello estaba subiendo de tono por momentos. Y yo era el responsable. Con lo cortado que yo soy.
Me clavó una mirada intensísima y su mano fue desde la picadura de mosquito hasta la tetilla. Se acarició sin quitarme los ojos de encima y mi polla creció bajo el calzoncillo. Me miró abiertamente el paquete mientras seguía acariciándose el pezonaco. Y entonces dijo:
—Joder. Qué calor. Me voy a duchar. Tengo una cena con amigos dentro de un rato.
—Qué lástima.
—Te invitaría pero son todos profesores heteros y muy aburridos.
—Yo me quedaré aquí escribiendo guarradas.
Me guiñó un ojo y desapareció. Al cabo de un rato escuché correr el agua de la ducha.
La situación no sólo me había hecho trempar. Me había calentado en plan obús. Después de diez minutos mi polla aún no había hecho el favor de bajar.
Al final, escuchando sus resoplidos de satisfacción animal bajo el chorro de agua fría en lo que me pareció la ducha más larga de la historia, me saqué la polla por un lado del calzoncillo y me hice un pajote con las piernas bien abiertas. Cuando el agua por fin se paró me pregunté si iba a tener el morro de seguir con aquello. Estuve a punto de taparme con la sábana por si aparecía, pero en un ataque de calentura total acabé lanzando la sábana al otro lado de la habitación. Me deshice rápidamente también de los calzoncillos y continúe con mi paja liberadora delante de su ventana.
Lo vi pasar completamente desnudo lejos de la ventana, más cerca del balcón también abierto de par en par que daba a la calle. Solo lo vi un momento pero me pareció que lo que le colgaba era enorme. Un miembro desproporcionado y unos cojonarros como bolas de billar. Me imaginé con aquellos cojones tapándome toda la cara y me corrí sin remedio, con una sucesión de trallazos el primero de los cuales me aterrizó en la boca.
Me limpié despacio, sin ningún pudor, pero Francisco no volvió a asomarse. Ni siquiera para despedirse antes de irse a su cena.
III
No soy una persona obsesiva. Nunca lo he sido. Pero me obsesioné con esto. Durante las horas que estuvo fuera no pude dejar de pensar ni un minuto en él. Me lo imaginé cenando en el restaurante con sus amigos, charlando, riendo y tomando crema catalana de postre. Me imaginé que iba al baño y meaba y al acabar se tocaba el cipotón hasta que se le ponía tieso mientras pensaba en mí y lo que había pasado entre ambos antes de su ducha.
Las horas pasaban y el piso de Francisco continuaba a oscuras. Y yo seguía trempado y con la necesidad de correrme otra vez, pero quería reservarme por si aparecía y se acordaba de mí y de que le había dicho que quería hacerlo el protagonista de uno de mis relatos eróticos.
A la una de la madrugada aún no había regresado. Y cuando lo hiciera seguramente estaría cansado y se iría directamente a la cama. Yo me moría por verlo otra vez esa misma noche.
Al final, en vista de que no regresaba, abrí Cam4 y le hice un espectáculo a todos los maricones que se conectaron a mi room, la mayoría de ellos etiquetados como heteros en su perfil. Más quisierais, sois todas unas cerdas pasivas dándoselas de machos.
Estaba a punto de correrme cuando escuché su puerta y se encendió una luz a la izquierda en su piso. Acababa de regresar. Deseé que estuviera solo. Si sus amigos eran profes heteros y aburridos seguramente volvía a casa solo. Pero nunca se sabe. No quería que me viera en plena faena ningún amigo suyo.
No oí que hablara con nadie por lo que decidí que sí, que debía estar solito, y encendí el flexo. Para Cam4 me bastaba con el brillo de la pantalla del ordenador pero quería que mi vecino me viera bien.
Sin atreverme a mirar directamente a su salón por si lo veía ahí de pie plantado, recuperando mi natural timidez, seguí con lo que estaba haciendo, que básicamente era llenarme la mano de saliva y pulirme lentamente el cincel, espatarrado y en bolas.
La luz del pasillo se apagó y la del salón no llegó a encenderse. Me pregunté si se habría metido directamente en su habitación. Seguí con lo mío, aún sin mirar directamente por la ventana. En Cam4 uno me estaba pidiendo que me metiera algo por el culo. Le tecleé que a lo mejor luego.
Mi polla estaba lustrosa y durísima. Mis cojones duros y llenos de leche. Una leche que tenía dueño. Finalmente me di cuenta que toda esta calentura era por él y estaba siendo gilipollas por no mirar por la ventana. Y miré. Y allí estaba. Su figura en tinieblas. Observándome en la oscuridad…
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
En el último minuto
Manuel, un tipo gay recién asumido de viaje por España en su autocaravana, recoge una noche a un joven autoestopista a quien su novia acaba de dejar tirado en la carretera. Manuel descubrirá gratamente que hoy en día los hombres jóvenes de este país no tienen grandes inconvenientes en probar (incluso con la boca) nuevos puntos de vista.
Experiencia en el tren
Un chico hetero viaja con su novia en el compartimento de un tren. Ella se queda dormida apoyada en su hombro y un chico barbudo y grandote entra en ese momento y se sienta frente a nuestro, hasta el momento, chico hetero. Lo que pasa a continuación… bueno, tienes que leerlo.
La cata
Jorge es un nuevo rico que ha cogido por costumbre invitar cada año a un gay sin recursos económicos a una gira por sus clubes de perversión. Marco es el pobre que ha tenido la suerte de ser elegido. Couson trabaja para Jorge y no se fía un pelo de Marco, del que sospecha, tiene intenciones ocultas. Y lo de la cata… bueno, seguro que ya te habrás dado cuenta que no es una cata de vinos precisamente…
El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
Juan Carlos es un escritor de relatos eróticos que suele escribir ligero de ropa en la cama. Su antiguo profesor de literatura de la universidad se muda al piso de enfrente y ambos retoman su relación donde la dejaron a través de la ventana…
¿Se puede tener todo en esta vida?
Los dos protagonistas de este relato piensan que sí, siempre que estés dispuesto a mantener ciertas mentiras.
Infiel
Marcos es infiel. Tan infiel que le puso los cuernos a su marido el mismo día de su boda. Dos veces. Tan infiel que aprovecha hasta cuando van al supermercado para darse una escapada a los baños a ver lo que pilla. El mejor amigo de su marido los visita unos días… y es posible que esta vez toda la situación le estalle en la cara.
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